jueves, 22 de enero de 2009

Una biblia con historia.

Durante el juramento realizado por el actual presidente de los Estados Unidos, Sr. Barack Obama, uno de los símbolos utilizados en la ceremonia fue una Biblia que, de acuerdo a lo manifestado por los distintos medios de comunicación social, comenzó a ser utilizada en el año 1861, cuando en aquel entonces, el Sr. Abraham Lincoln, asumiera el cargo de la presidencia.
Los símbolos toman importancia de acuerdo al momento y el espacio que ocupan en medio de la historia de una persona, un pueblo, una sociedad.
Para los habitantes de los EE.UU. ese símbolo los mueve ya 148 años; lo respetan por lo que representa, quizás algunos por sus escritos, otros por la tradición popular, otros por una cuestión política, también por el protocolo o bien por simple ejercicio mental.
En mi vida, aquello representa un símbolo importante también. Es un aliciente para aprender algo de historia y a su vez aprender de las vivencias de un pueblo en medio de su propio mundo, con altos y bajos, con alegrías y tristezas.
Es una herencia que comenzó por el año de 1747 en Alemania, luego pasó a España y ahora en Chile sigo con ella. Si bien es algo religioso también le doy la importancia que tiene el traspaso de algo heredado de generación en generación.
Hago un paréntesis aquí, ya que hace un par de años, asistí a una conferencia que realizaba un ciudadano francés sobre el ecumenismo religioso, el compartir entre pueblos con orígenes religiosos distintos.
Allí conocí a una persona que, al escuchar mi opinión sobre el Corán en Egipto (no me dejaron observarla ni tocarla porque no era musulmán, no estaba convertido) pidió la palabra y manifestó: “Desde el día de mañana puedes tenerla en tus manos”.
Los objetos religiosos tienen valor más allá de la connotación espiritual o mística, es la herencia social que conlleva el uso de aquellos. No significa que debamos tenerlos como elementos que avisan lo equivocado o lo acertado. Tiene el valor de la orientación que recibe un pueblo para que este en plena libertad y en conciencia actúe por el bien común y no por intereses personales. Ejemplo de ello fue lo que juró Barack Obama mientras mil quinientos millones de habitantes del planeta de todas las razas, idiomas y colores lo observaban.

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