Normalmente desde que nacemos, nuestros seres queridos desean que el nuevo ser esté “sanito”, que esté “feliz”, que esté “abrigado(a)”, que “aprenda” bien.
Es parte de la cultura occidental esta reacción social frente a la persona que llega al hogar, a la familia.
Queremos estar sanos y le mostramos ejemplos equivocados a los niños cuando, para pasar por alto la preparación equilibrada de un almuerzo, le ponemos a su disposición un plato de “comida” con alto contenido graso, calentado muy rápidamente, matando así los nutrientes posibles que le hayan quedado en su preparación.
El concepto de felicidad nace en la década de los sesenta en el país del norte y eso se lograba con la tenencia de solo cosas materiales, de ahí que naciera a la vez un movimiento de jóvenes que solo querían un amor libre, sin importarle las cosas materiales, que solo se practicara la paz y el amor.
Después de 20 años se dieron que aquel concepto de felicidad no dio los frutos que querían y se tuvieron que asumir una serie de conflictos sociales.
Como dice Maslow en su teoría de la motivación, la persona tiene en su primera etapa de la vida la necesidad de satisfacer el abrigo, es algo natural que se le debe entregar al recién nacido. Si no es así, los desequilibrios comienzan con este pequeño detalle a deteriorar a cualquier persona, quedando en su interioridad infinitamente marcado.
Lo anteriormente expuesto, es aprendido por el bebé o la guagua y se va formando de esta manera, con desequilibrios o equilibrios.
Las enfermedades nacen allí donde no están satisfechas las necesidades.
Las defensas normales del cuerpo humano comienzan a bajar, los glóbulos blancos bajan en su producción, apareciendo miomas, problemas en la piel, en los ojos, fosas nasales, en la boca, etc.
Si nosotros no hacemos caso a las leyes de la naturaleza, como manifiesta el Dr. Eduardo Alfonso: ley del movimiento, ley de evolución, ley del amor, ley de finalidad, ley de los ciclos, ley de armonía, ley de jerarquía, ley de herencia, ley de adaptación, etc. estamos violando nuestra propia existencia, ante una causa hay un efecto y debemos estar atentos a lo que nos dice nuestro cuerpo y la forma de vida que llevaron nuestros padres, abuelos, bisabuelos, tatarabuelos, etc.
Cuando nuestro cuerpo empieza a sentirse mal, es porque no le prestamos atención debida a los pequeños detalles que avisaron antes. El cuerpo habla, hay que escucharle.
De buenas a primera no es tan sencillo como ahora lo escribo, sin embargo, es posible con ejercicios diarios, de escucha permanente.
¡Vamos que se puede!
Su cuerpo se lo agradecerá y su descendencia.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario